jueves, 14 de febrero de 2013

Batalla entre Horus y el Emperador


Hola, me gustaria presentar este relato, una batalla entre Horus y el Emperador, la escribí hace algun tiempo y si alguien la quiere encontrar tambien esta en internet, aclarar que no es un relato oficial de GW, muchas gracias:
Incluso a través de los escudos, los impactos hacen temblar el Palcio Imperial. Con un crujido de piedra torturada un ángel es derribado de su nicho muy alto en los muros de la Sala del Trono y se rompe contra el suelo de mármol un kilómetro más abajo. Se rompe en un millón de piezas. Trozos de piedra se disparan a través de la sala como metralla.
Desde su trono, el Emperador ve cómo sus guerreros dan vueltas, confusos. En la sala hay diez mil guerreros, expertos veteranos, y todos están ahora acobardados. Él sabe que están mas asustados por su silencio que por el enemigo. Le miran en busca de liderazgo y él no puede ofrecer ninguno.
Por primera vez en su vida milenaria, el Emperador conoce lo que es la desesperación. La magnitud de su derrota lo aturde. Las bases en Luna han caído. La mayor parte de Terra está bajo el yugo del Señor de la Guerra. Titanes rebeldes rodean el Palacio y son detenidos únicamente por los desesperados esfuerzos de algunos Leales. Es solo cuestión de tiempo que las defensas del Palacio fallen y el ultimo bastión de resistencia caiga.
- Señor, ¿cuáles son sus órdenes? -pregunta Rogal Dorn, el imponente Primarca de pelo blanco de los Puños Imperiales. Su armadura dorada ha perdido su lustre, abollada en una docena de sitios por proyectiles de bolter. El Emperador no sabe la respuesta. Está perdido en sí mismo buscando respuestas a sus propias preguntas.
Al fin han llegado los tiempos oscuros, el momento de ser probado, la era oculta a su visión precognitiva y mas allá de la cual no puede ver. El momento que siempre ha temido ha llegado. "¿Ha pasado mi tiempo?", se pregunta. "¿Es aquí donde termina todo? ¿Es por esto que he llegado al límite de mis poderes proféticos? ¿Es aquí donde muero?"
Se siente desconcertado. Incluso ahora, con las fuerzas del traidor Señor de la Guerra aporreando la puerta, no puede creer que haya sido traicionado.
Horus era más que un camarada en quien confiar, era como un hijo favorecido. De todos los Primarcas era en quien más confiaba. Ni por un segundo había el Emperador dudado de él, ni siquiera cuando habían llegado rumores de los Mundos Salvajes sobre el Señor de la Guerra reuniendo fuerzas. Había pensado que Horus debía tener buenos motivos para hacerlo sin consultarle. "Debería haberme preocupado de mi falta de precognición", piensa.

- Señor, ¿cuáles son sus órdenes? -pregunta Kane, Fabricador Genral del Adeptus Mechanicus tras la traición de Kherbol-Hal. Se queda parado delante del Emperador, y por efecto de la luz las roturas de su máscara de bronce se vuelven en ojos acusadores. Una vez más el Emperador no responde. La presencia de Kane le recuerda que ni siquiera en los altos cargos del Adeptus se puede confiar. Su superior, el anterior Fabricador-General, ha escogido el bando de Horus.
En Marte la guerra civil se divide en facciones de Tecnosacerdotes. Antiguas armas prohibidas son usadas. Plagas víricas matan millones. Bombas de fusion arañan la tierra.
Mucho se perderá. Él piensa en la lenta destrucción de la antigua ciencia. El Librarium Technologicus está en llamas, con antiguos centros vitales de datos fundiéndose. La Gran Cruzada era tanto una cruzada en busca del conocimiento como una cruzada para recuperar los mundos de la Humanidad, pero ya ha finalizado. La traición del Señor de la Guerra nos ha llevado a eso.
- Señor, ¿cuáles son sus órdenes? -pregunta Sanguinius, Primarca alado de los Angeles Sangrientos. Mira al Emperador con ojos llameantes, su cara una máscara de terrible belleza.
El Emperador sabe que confían en él para que los guíe. Ellos aún creen en él. Piensan que aún puede guiarlos y sacarlos de esta trampa. Se equivocan.
Horus es el general más grande que haya conocido la galaxia. ¿Quién sabría esto mejor que su creador? Tiene la experiencia de un siglo de guerras. No hay escapatoria, no hay fallos en el plan. El Señor de la Guerra tendría que estar loco para dejar una salida.
El Emperador mira a la cara de sus seguidores, ve la confianza escrita allí, siente el peso de la responsabilidad. Sabe que debe intentarlo, incluso aunque no haya esperanza.
Utiliza su clarividencia, deja volar su mente mas allá de los destruidos jardines de palacio, a través de campos de colosales titanes a la luz de la luna. Ve la guerra extenderse por todas partes, sus Legiones totalmente superadas en número por las hordas traidoras. Su vista se eleva hacia el cielo, donde puede sentir la presencia de la flota de Barcazas de Batalla que hacen llover la destrucción sobre la torturada Terra. Entre todos estos puntos él encuentra al Señor de la Guerra.
La esperanza renace en él. Los escudos de la nave de Horus están bajados. Brevemente se pregunta por qué. ¿Tanta confianza tiene el Señor de la Guerra? ¿Quiere ver la batalla por sí mismo? ¿Será una trampa? El Emperador toca la nave pero se retira al sentir lo que emana de ella. ¿Cómo puede Horus haber hecho esto? ¿Cómo puede haber realizado un pacto con la suprema abominación?
El Emperador toma una decisión. Sea o no una trampa, es la única oportunidad que tiene. No tiene otra elección, su posición es desesperada. Cuando su espíritu regresa a su cuerpo le llega, como una sacudida, el conocimiento de que el Señor de la Guerra tiene que saber lo que ha hecho.
- ¿Cuáles son sus órdenes, señor? -pregunta de nuevo Sanguinius. Los ojos del Emperador se abren. Su voz se llena de autoridad.
- Preparaos para teleportarnos. Llevaremos la lucha a nuestro enemigo.
Los hombres sonríen confiadamente. Ahora tienen un objetivo. Mientras da las coordenadas para la teleportacion ellos se mueven, sin dudas, para obedecer.
Un relámpago de luz, una sensación de frío. Se han teleportado a la nave del Señor de la Guerra. El Emperador tarda un momento en reorientarse y se da cuenta de que algo ha salido mal. Esta de pie en una amplia sala, deformada, con solo unos pocos Marines. Los Exterminadores y los Primarcas no están. "¿Cómo es posible?", se pregunta. "¿Ha podido Horus dividir el rayo de teleportación? ¿Tan poderoso es?"
Voces llenas de locura gimotean en el interior de su cabeza. Hay figuras atrapadas en los muros de piedra de la amplia sala. Cientos de manos intentan atraparle, cogerlo con fuerzas parecidas a la de la piedra. Las aparta fácilmente. Sus compañeros no son tan afortunados. Los ruidos de Bólter se extienden cuando los Marines intentan defenderse de sus atacantes demoníacos.
Un hombre grita cuando es atrapado y atraído hacia los oscuros muros. Desaparece, unas ondas se esparcen desde el punto de su desaparición, como una piedra lanzada al agua. La espada del Emperador aparece, cortando miembros, liberando a los Marines atrapados. Invoca a sus poderes psiquicos. Un halo rodea su cabeza a la vez que desata su poder. Una marea de destrucción atraviesa a los Demonios, sin tocar a los hombres.
Intenta buscar a los Primarcas, pero los muros de la nave son resistentes a su mente. Ordena a los Marines supervivientes que le sigan.
Vagan por una nave deformada mas allá de todo reconocimiento por los Poderes del Caos. Grandes puertas con apariencia de esfínter en muros parecidos a la carne. Venas transparentes llevan ríos de sangre a los conductos del suelo. Alfombras de mucosa cubren un camino de lenguas.
Deformadas y aladas figuras que una vez fueron humanas revolotean por las arcadas de hueso. Los Marines se quedan horrorizados. El Emperador trata de calmarlos, quitándoles psíquicamente el temor de este lugar. Mientras, continúa escaneando el área en busca de Horus. Ahora sabe la naturaleza del pacto del Señor de la Guerra y las consecuencias que tendría su victoria.
Pasan a través de fosos como gargantas en el suelo, escuchando los ecos de un gigantesco corazón lejano. Cascadas de apestoso liquido amarillento caen sobre ellos. Algunas veces oyen el fuego de armas pero cuando llegan al lugar no hay nada.
El vapor nubla su visión oscureciendo corredores de piedra carnívora. Nubes de insectos se lanzan en enjambre sobre sus máscaras, taponando los extractores de aire obligándoles a cambiar a la fuente interna de la servoarmadura para obtener oxígeno.
Son asaltados por criaturas con cráneos por cara dentro de armaduras de Marine. Luchan contra hordas de bestias mutadas. Uno a uno van muriendo. Al final sólo queda el Emperador. Entonces, y sólo entonces, se le permite llegar a la presencia de Horus.
El Señor de la Guerra está sobre el cuerpo de un ángel roto. Detrás de él una visión de la torturada Terra ocupa toda la cúpula acristalada. Una burbuja preparada para ser atacada por la garra de Horus. Cuerpos de Marines destrozados están tirados por todas partes.
Con la cara brillando con una roja luz interior, Horus habla.
- Pobre Sanguinius. Le ofrecí una posición de poder en el nuevo orden. Se podía haber sentado a la derecha de un dios. Ha escogido al bando perdedor.
El Emperador esta transfigurado, intenta increpar a Horus. Pero al final, sólo es capaz de decir:
- ¿Por qué?
Se escuchan dementes carcajadas.
- ¿Por qué? ¿Tú me preguntas por qué? ¿No te han enseñado nada todos estos milenios? Estúpido bobo, tu timidez te impidió unirte a las fuerzas del Caos. Te apartaste del poder supremo. Yo lo he atado a mi voluntad y guiaré a la Humanidad a una nueva era. Yo, Horus, Señor del Caos.
El Emperador mira a su antiguo compañero y sacude la cabeza. Ve la trampa en el engañado Horus.
- Ningún hombre puede ser Señor del Caos -dice tranquilamente-. Te has engañado a ti mismo, eres el sirviente, no el señor.
Una apariencia de ira transforma al Señor de la Guerra. Levanta una mano y un proyectil de energía es lanzado. El Emperador grita en agonía cuando el poder aplasta su cuerpo.
- ¡Siente la verdadera naturaleza de mi poder, y entonces dime que me engaño! -grita Horus, con la voz de un dios enfadado.
Gotas de sudor caen de la frente del Emperador mientras lucha contra el dolor.
- Te engañas -le dice.
Una vez más Horus gesticula y lanzas de puro veneno atraviesan las venas del Emperador.
- Te dejé llegar hasta aquí, viejo amigo, para que pudieses ver mi triunfo. Arrodíllate ante mí y te perdonaré. Observa al nuevo Señor de la Humanidad.

Desesperadamente el Emperador invoca su poder y se libera. Rayos de poder surgen entre los combatientes. El olor a ozono satura el ambiente. El Emperador se lanza hacia adelante con la espada desenfundada. Las armas chocan mientras la batalla es llevada a todos los niveles: físico, espiritual y psíquico.
Rayos de energía son liberados cuando los dioses mortales chocan, balanceándose el destino de la galaxia con cada nuevo choque. Espada rúnica y garra relámpago resuenan la una contra la otra como si fueran truenos.
Un revés de Horus lanza al Emperador a través de un mamparo de piedra. El contragolpe destroza una columna que sujetaba el techo, mientras el Señor de la Guerra esquiva el golpe.
En la disformidad el Emperador puede sentir a los Dioses del Caos alimentar a su peón con más poder. El Señor de la Humanidad se enfrenta solo contra su inmenso poder y sabe que está perdiendo. Por algún motivo no puede usar todo su poder contra el Señor de la Guerra. Horus no tiene esos miramientos.
La garra relámpago corta la armadura del Emperador como si fuese de tela, atravesando piel y huesos. El Emperador responde con un golpe psíquico, intentando bloquear el sistema nervioso del Señor de la Guerra. Horus se ríe evitando el ataque.
Sus cuchillas atraviesan la garganta del Emperador, abriéndole la yugular. Otro golpe corta los tendones de su muñeca, haciendo que le caiga la espada al suelo.
Una risa demente resuena en la cámara. Horus destroza varias costillas de forma juguetona. Un torrente de energía atraviesa la cara del Emperador, derritiendo la carne, reventándole un ojo, haciéndole arder el pelo. El Emperador sofoca un gemido, no sabe cómo puede estar perdiendo. La oscuridad amenaza con tragarle.

Horus retrae su muñeca, destrozando huesos. La sangre fluye de la garganta del Emperador. Horus lo levanta sobre su cabeza haciéndolo caer sobre su rodilla, partiéndole la espina dorsal.
Durante un momento el Emperador siente la oscuridad. Entonces la agonía le devuelve a la conciencia al tiempo que Horus le arranca un brazo. El Señor de la Guerra aúlla triunfal.
De repente se detiene. A través de su ojo sano el Emperador puede ver un solitario Exterminador que entra en la habitación. El Marine carga contra el Señor de la Guerra. Horus lo mira y se ríe. Por un momento permanece triunfal, permitiendo al Marine ver lo que le ha hecho a su Emperador.
El Emperador sabe lo que va a pasar después, puede ver el triunfo en la cara de Horus. No hay señal de su antiguo amigo allí. Solo un demonio guiado por un demente deseo de destrucción.
Horus vuelve su furia contra el Exterminador y la carne del Marine desaparece para mostrar su esqueleto y entonces incluso eso desaparece, reducido a polvo.
El Emperador ve la trampa que se le ha tendido. Ha estado reteniéndose a sí mismo, intentando no dañar a alguien que ha sido como un hijo para él. Ahora ve que no queda rastro de su antiguo compañero. Sabe que debe acabar con esta parodia de su antiguo camarada y vengar al Exterminador. Debe lanzar un único y mortal golpe. No tendrá otra oportunidad.
Reúne hasta la última partícula de su poder, lo concentra en un único y poderoso proyectil de pura energía, más palpable que una espada, más destructivo que un sol en explosión. Lo apunta hacia Horus, una lanza destinada al corazón de un hombre loco. Horus siente el aumento de la energía y se vuelve para encarar al Emperador, con una mirada de horror en su cara.
El Emperador deja escapar la energía. Ésta golpea al Señor de la Guerra. Horus grita cuando la destrucción cae sobre él, revolviéndose en una titánica agonía. Intenta devolver el golpe al Emperador, pero sus intentos se vuelve más débiles cuanto más le atraviesan las poderosas energías.
Guiado por toda su furia, dolor y odio, el Emperador desea la muerte de Horus. Nota como se retiran las fuerzas del Caos, abandonando a su peón. El Emperador ve cómo Horus se da cuenta de las atrocidades cometidas, cayendo lágrimas de sus ojos.
Horus está libre, pero el Emperador sabe que él mismo está muriendo y que los Poderes del Caos pueden poseer nuevamente a Horus, y él no estará allí para volver a detenerlo. No puede arriesgarse. Horus debe morir. Por un momento, mirando a la cara de su viejo amigo, duda, incapaz de hacer lo que debe. Entonces recuerda la carnicería que aún en esos momentos se extiende en el exterior, que podría continuar para siempre. La resolución lo endurece.
Expulsa toda la compasión de su mente, se vacía de toda la camaradería y el amor por su compañero. Su mirada se cruza con la de Horus y ve comprensión. Entonces con pleno conocimiento de lo que hace, el Emperador destruye a Horus.
Rogal Dorn entra en la cámara. El horror lo llena cuando ve la forma mutilada del Emperador y la armadura vacía del Señor de la Guerra. Se maldice a sí mismo por haber tardado tanto en llegar. Ahora sabepor qué los ataques cesaron y la nave estaba volviendo a ser normal.
Corre al lado del Emperador, nota el débil pulso de la vida en este. Puede que aún haya esperanza. Quizá el Señor del Imperios aún pueda vivir. Dorn hará todo lo posible para asegurar que esto sea así.

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